domingo, 6 de abril de 2008

El viajero

Discutían sobre política, como cada viernes noche. Domingo San Martín servía de nuevo, con la parsimonia propia de quien no tiene nada más importante que hacer, un vaso de vino con gaseosa al viejo Sandro, que hablaba sin parar, evitando los signos de puntuación, haciendo solo las pausas ya establecidas para respirar. Hablaba con el vaso en la mano a modo de cetro, imponiendo poder y miedo…ese poder que solo aporta la edad y el apoyo popular. Todos en la mesa escuchaban en silencio, muy interesados en aprender algo de aquel anciano o, como algunos, simplemente fingiendo interés…

Aquella noche la taberna “El viajero” estaba vacía, solo quedaban los grupos habituales de cada viernes, Sandro Morente y sus seguidores, San Martín que, sentado a la mesa, semejaba estar muy, muy lejos de aquel lugar y la familia Montero, que como cada noche cenaba el menú del día, con agua, y zumo de manzana para los pequeños.
Pedro Montero perseguía a su hijo menor entre las mesas del restaurante, intentando hacer que cenara, aunque fuese por una sola noche, sentado en la mesa, como un adulto. Una odisea que cada noche se hacía mas dura, hasta alargarse a altas horas de la noche.
San Martín miraba despistado al pequeño, aquel hijo que siempre quiso tener, envidiaba a aquella familia, como un sueño que se deshizo en pedazos hacía ya mucho tiempo, pero por encima de todo envidiaba a aquel hombre, ahí, sentado en su mesa de siempre, con sus hijos correteando entre las mesas, comiendo, silencioso abrazando con el brazo la espalda de aquella preciosa mujer, acariciaba sus caderas mientras miraba a Domingo y le saludaba con una sonrisa y la mano levantada.

1 comentario:

Ana Vázquez dijo...

Me ha gustado el fragmento.
Un beso! Sigue escribiendo así.